Kylie Minogue llama a la resurrección a los viejos poetas

(Imagen: Ubé)
KYLIE MINOGUE LLAMA A LA RESURRECCIÓN A LOS VIEJOS POETAS



Me pregunta
(Kylie)
por qué escribo,
qué motiva este encierro mío
sobre el peso de la palabra,
de qué modo mi mundo es único
y se encuentra dentro
de todos los mundos
que no existen,
y la ciudad solo es un pedazo
de acero que arde
en el horizonte,
y los ríos
la llamarada de una canción
que se queda pequeña
con el paso del tiempo,
en los labios de un pez
que no sabe amar y muere.

Me pregunta
(Kylie insiste cada madrugada,
mientras afina
el rubio de su pelo
frente al agua ausente del espejo
y un tipo malencarado
comprueba el eco
de un micrófono)
qué significa ser poeta,
por qué el poeta come sopa de sobre
y barbitúricos,
de qué modo envejece
en el interior
de la tierra de su vestido,
cuál es su jardín soñado,
sus maneras de andar
por el poema,
qué animales busca
dentro de su propio animal,
qué ruido de madre
lo trajo al mundo
y qué sentido tiene el mundo
si solo se escribe su oscuridad.

Si he de ser sincera,
no sé qué contestarle a Kylie.
Por ese motivo
me asomo a la ventana
y observo el color blanco
de un niño
recién parido en las aceras,
palpo la destrucción del aire
junto a un teléfono móvil,
me percato del vuelo sutil
de una mosca
que se acerca despacio
a los labios del azúcar
y muere
panza arriba,
como un barco antiguo,
como una mujer
repleta de cintas de amapolas
y náufragos.

Pero ella insiste
en la palabra POESÍA
y recita versos de poetas muertos
cuyo nombre no recuerda,
y ajusta la avaricia de sus senos
para decir
que es necesaria la resurrección
de las lentes
con las que Martín Adán
le escribió a la soledad
de las piedras
del Machu Pichu,
que alguien debería volver a bordar
el pañuelito azul
que Lorca agitaba
en el vientre alado
de Manhattan
una mañana ancha de abril,
mientras Machado
nadaba en el frío del camino
y contaba los pasos de un puñal
en su sien,
mientras Vallejo
comía muchachas descalzas
y después arrugaba el ceño
pensando que de este modo
arrugaba la vida que no sirve.

Hay que resucitar
a los viejos poetas
que amaron la palabra,
a los poetas
que hicieron de sus máscaras
una prisión hermosa,
(Fernando Pessoa dice sí
desde el silencio polar
de un sombrero)
a los poetas que siguen cautivos
entre los dientes del olvido.

En ese punto,
Kylie insiste y dice:

"¿Qué fue de la mordaza del mar
entre las manos
de Virgilio Piñera,
de los gatos solos
que visitaban las ruinas
de Dulce María Loynaz,
de los cuadernos de hambre
de Reinaldo Arenas?"

Hay que desenterrar los versos
que se ahogaron por falta de fe,
drenar el mar
en busca del sueño
del hombre que no existe.

Hay que ponerse lunático
escribir la palabra demente
y esperar,
recordar la desolación del pan
echando a correr sobre la mesa
y gritar:

"Poesía para el pobre,
poesía necesaria".

¿Quién lo dice?
(pregunta Kylie
al otro lado de sus pestañas)
Un tal Gabriel Celaya
(respondo yo)
el amigo más fiel de mi sombra.

Un poema de «La esposa del maíz»

Angélica Morales: La esposa del maíz. Nautilus Ediciones, 2023. Colección Capitanas
Es como la piel de una cebolla
que se pudre.

Siempre es lo mismo,
detrás de un genocidio
llega otro genocidio aún,
hombres blancos brillando al sol
con sus armaduras
que hacen que la mujer indígena
se incline
y le rece al hambre de su espada,
le rece a su sexo embravecido,
a todos los atributos de su raza
que algún dios superior al nuestro
ha elevado al infinito de un teorema.

El hombre blanco no ama la tierra,
la ignora,
la humilla,
la pervierte,
la destripa,
la viola,
la prostituye,
le hace un hijo demencial,
le hace una herida muy honda
que la atraviesa de parte a parte,
le hace un eslabón perdido
en la ternura
que ahora me resulta imposible encontrar.

Es como la piel del cemento
entre los dedos,
terca de quitar,
de morder,
de abandonar en el exilio
de un sentimiento.

Y así andamos mi pueblo
y yo,
unidos al plomo de la tristeza,
cargando a la espalda
con la culpa que no tenemos,
atendiendo al cuchillo,
y al grito,
y a la miseria
que de noche se pone a danzar
cerca de nuestros ojos,
se pone nuestros zapatos
y la boca aulladora de nuestros hijos,
se pone la túnica sagrada
e invoca al chamán
que duerme dos cabañas más arriba,
que ya no entiende más que de whisky
y marihuana
y sueña con muchachas pelirrojas
con el ombligo taladrado
por un piercing

Luego vendrá la guerra de hermanos,
la guerra de clases,
los distintos eslabones de una cadena
que también se hace añicos
y cae en la boca ensangrentada de la tierra.

Siempre es lo mismo,
la pasión
o la avaricia del hombre,
la llegada del tren
y la muerte de los caballos
por falta de poemas
o pactos con los EEUU.

Pero yo sigo hacia adelante con mi lucha
y llamo a las puertas de Europa,
llamo al pecho del Banco Mundial,
llamo a Dios a cobro revertido
y siempre contesta una voz muy pálida,
como de mujer anochecida
que me susurra:

"Dios ha salido a darle tormento a los indígenas.
¿En qué le puedo ayudar?"

El paso ansioso de las horas

(Imagen: Ubé)


El PASO ANSIOSO DE LAS HORAS


Deja que te pregunte por el amor que llevas oculto en el bolsillo,
por esa lluvia que te espera en casa,
sentada a la mesa.

Deja que te pregunte por el terror de las cucharas,
un día de invierno,
sin sol,
mientras la gente duerme bajo el peso de la culpa en otro lugar.

Deja que te pregunte por tu dolor favorito,
por esa tibia que de noche sale a buscar muchachas desnudas,
por el rencor de tu fémur las tardes de agosto.

Deja que te pregunte por las cosas que no sé,
por los países que no he visitado,
si es verdad que las piedras nos respiran
y hay animales dormidos en el interior de nuestra sangre,
afilando sus garras cerca de una pared.

Deja que te pregunte por esa pared
que nos distancia,
por esa división que hace que nuestras almas
no puedan rozarse.

Deja que te pregunte por el paso ansioso de las horas,
por ese vestido lunático que llevaste en nuestra primera cita,
por ese jueves en que te besé,
por aquel mes de abril
en que te vi muerta por vez primera.

Naturaleza mía

(Imagen: Ubé)
NATURALEZA MÍA



Naturaleza mía, a ti te canto,
abro mi voz en dos y dejo salir a todas mis vírgenes muertas,
a aquella sirena desnutrida que se casó con Apolo
y ahora arde en llanto y noches de hiel.

Naturaleza mía,
trocito de verde plástico,
animal consentido de papá.

Papá como presidente de los Estados Unidos o del Brasil.

Papá que tiene la boca repleta de alfileres y hambre.

Papá que se masturba mientras una tortuga infantil
pasea lentamente su agonía sobre el vestido del mar.

Papá que tiene planes para ti, naturaleza querida,
que envenena manzanas y te las da a comer un domingo cualquiera,
mientras los pájaros son azotados en sus jaulas
y llegan las hienas para el festín.

Naturaleza mía a ti te canto
o te amortajo o te pongo mi vestido de la primera comunión
y dejo que las manos de un sacerdote te desnuden,
que las manos de un sacerdote recorran una a una tus heridas,
la cavidad más húmeda de todos tus sexos.

Cree en mí, naturaleza amada.
Rézame a mí,
que soy hombre y bestia y presidente de los Estados Unidos
o del Brasil,
que ya he aprendido a cultivar embustes y a quemar los bosque de Australia.

Deja que acaricie tus trenzas cenicientas, naturaleza mía,
que lama el cadáver de tu nombre,
que vuelva a juntar la ceniza de tus piedra para hacer allí
una urbanización,
un campo de golf,
el paraíso necesario de los idiotas.

Fuimos

(Imagen: Ubé)

FUIMOS


fuimos
acuérdate
de aquel invierno y sus cartas mojadas
de la estación donde los trenes no se detenían jamás
y aquellos sueños
los tuyos y los míos atados con un hilo de plata a la boca del aire

fuimos
ahora lo sé
dos lombrices dentro del útero de mamá
un paisaje
que no crece o aquella curva
que se hizo cicatriz en la memoria

fuimos
adelanta un pie y luego otro
y siéntate junto a mí
porque fuimos hermanas o la terminación nerviosa de un poema

fuimos
dos sombras aladas buscando el sol
dos agujeritos felices

fuimos
sin molestar a nadie
sin hacer ruido
trabajando en nuestras heridas sin descanso
abonando la liturgia de Dios con sangre menstrual y pan
solas y desamparadas dentro del frío
un temblor

eso fuimos
apenas una rama única que se estremece
que no se queja y sigue caminando
a pesar de las piedras
y el dolor de espalda
a pesar del pecado que no cometimos
y esa espina clavada en el corazón
que no se quita
que no se quita

Dirán de mí

(Imagen: Ubé)

DIRÁN DE MÍ


luego dirán de mí inhumana pose de mujer
estatua que mira el paso de los trenes y las naranjas

luego dirán esas lenguas envueltas en migas de pan y telediarios
esas mujeres de cabellera abyecta que paren hijos y rinocerontes
que saben amasar la sal de la primavera
la herida del mar cuando llega la noche

luego dirán de mí abrirán la jaula de sus labios y dejarán escapar a esa culebra primigenia

luego dirán de mí acercarán la pulpa de una idea a mis labios de hembra consentida por la fruta de los dioses
pero la manzana no porque ya no existe
la devoró Dios mismo un sábado en aquel callejón del barrio de Usera
donde los gatos bailaban con el temblor de su hambre

luego dirán de mí me señalarán con el pulso detenido en Babilonia
querrán saber la talla de mi corazón los túneles congestionados de mi sangre
querrán saber la penumbra exacta que necesita mi voz
para ponerse a parir huevos de cocodrilo y alfileres de novia

luego dirán de mí en corro con sus piernas pequeñitas y desesperadas
con sus cinturas de hilo mordisqueado por la soledad
esas mujeres carne de mi carne
mi piel más cercana en la avaricia
mi madre
mi hermana
mi antepasada última en esa fotografía donde el otoño estira sus bragas y después ríe como solo saben reír los enfermos de pureza

luego susurrarán de mí frente a mis cuadernos y mi tacita de té
frente a mi patio de infancia y ese botón que de niña me dio a mamar una tragedia

luego más tarde sí cuando la muerta besa la punta infame de su sexo amarillo
cuando ya no tengan luz en sus cocinas y el último animal doméstico haya huido hacia las tierras de Lot

luego más tarde del derrumbe del hielo sobre el pecho de La Habana
más tarde aún del incendio de una famélica casa en el paisaje de sus nervios
tarde más tarde que nunca
ha de ser cuando el verbo se hiere en la esperanza y luego llegan los ejércitos del barro
para curar una mala postura en el cristal de sus gafas

luego o ahora mismo en el instante sí
cuando la cruz muera sobre el lecho de las cosas comunes
cuando a la paz le crezcan las alas de un cisne muy gris y de garra geométrica
cuando a la noche le falte la propia noche y no sea más que una isla imaginaria
que no comprende los inviernos de un afecto

El zulo

(Imagen: Ubé)

EL ZULO



¿Dónde estaba yo
cuando a ti te concedieron
el premio Nobel?

¿Qué era de mí en 1996?

Es posible que tú,
Wislawa,
recibieses la noticia
con los ojos aún cautivos
dentro del sueño,
que hubieses puesto horas antes
la tetera al fuego,
que te hubieses asomado a la ventana
para ver cómo caía la lluvia
y el cielo se tornaba gris
y un niño corría por las aceras
con hambre de aventura.

Puede ser que en otro lugar
yo estuviese encerrada en mi zulo.

Mi zulo es una habitación juvenil
donde hay un tocadiscos,
donde hay ceniceros
repletos de colillas,
donde hay una ventana pequeña
que casi nunca abro.

Me gusta la oscuridad de lo pequeño,
sentirme a salvo entre cuatro paredes
que nunca unirán sus labios
para comerme.
Igual que tú,
Wislawa,
cuando compraste aquel apartamento
que llamaste "Cajón"
por sus reducidas dimensiones.

¿La dimensión de un premio Nobel
cómo se mide en el corazón?

¿Se te abrió un agujero nuevo en el pecho al escuchar tu nombre?

¿Tardaste mucho en elegir aquel vestido negro
y sencillo que luciste en la ceremonia?

¿Por qué el color azul de la banda de un premio Nobel
es igual al color azul
de un verso que palidece
en una habitación que está a oscuras?

Tu cajón y mi zulo
en la distancia ayer,
ahora muy juntos,
como bailando dentro de una pecera
repleta de nieve.

¿Por qué en 1996 yo no había escrito aún ningún verso
ni soñaba con ser poeta,
ni había visto la fotografía
de tu vestido negro y tu banda azul?
¿Qué hacía yo mientras tu voz,
temblorosa,
pronunciaba ese discurso tímido de agradecimiento?

Es posible
que yo me encontrara
dando vueltas sobre mi misma,
imaginando otros mundos
dentro del mundo mínimo
que me abrazaba,
imaginando que iba a bordo del Titanic
y que lograba salvarme de su naufragio.
Después,
rendida por el esfuerzo de nadar
contra la corriente
de mi imaginación
y con la cabeza aún fuera de su centro,
encendería un cigarrillo
y me pondría a recitar
pasajes de Shakespeare
mientras mi madre
hacía croquetas en la cocina
y los pájaros
volaban hacia otro lugar.


Vendrán los cuervos

(Imagen: Ubé)

VENDRÁN LOS CUERVOS


Digo que esa puta que cruza el asfalto de una mirada
soy yo.
Y el pan podrido entre las manos.
Y el mantel con manchas familiares.

Digo que me duele el otoño,
la ternura de un pájaro dentro del pecho,
ese domingo sin casa
que hunde el pico de un lunes en la piel del cristal.

Digo que hay ángeles de hiel y misericordia
guardando la soledad de mi cama,
que a ratos escucho los pasos del miedo
sobre esta hoja.

Digo que no logro acostumbrarme a la noche,
que me duele el hueco de una palabra,
que he de vivir hasta que Dios
destape la botella de mi carne
y broten los gusanos felices.

Digo que la menstruación ya no.

Digo que los hombres ya no.

Digo que ha venido el sudor
y el frío para lamer mis bragas.

Digo que escribiré una historia
donde las mujeres vivan en lo alto del golpe,
donde las mujeres arrojen sus cadenitas de oro
sobre la boca de un catecismo,
donde las mujeres circulen desnudas
sobre el luto de la tarde.

Digo que me pesan los años
y los barbitúricos.

Digo que drogarse es morir de amor
por los agujeros del tiempo.

Digo que mañana me ataré un globo a la sangre,
que hay océanos en los que el agua
se convierte en vino dulce sin afeitar.

Digo que celebraré la fiesta de mis cien años.

Digo que vendrán los cuervos
y una manada de madres sin cabeza.

Digo que hay tantas horas perdidas
lamiendo la soledad de mi almohada.

Digo que venga la lluvia.

Digo me puede el asco
y una mascarilla higiénica.

Digo que mañana abrirá sus piernas idéntica madrugada
y caerán sufrimientos negros
y pateras negras
y una bandera muy recta poniéndose a caminar
en mitad de una tierra que ya se ha ido.

Los palacios del cielo

(Imagen: Ubé)

LOS PALACIOS DEL CIELO


Nos han dicho: "Quietos tras el cristal".

Nos han dicho: "Sois almas, tenéis que vagar,
estáis en los palacios del cielo y hay monstruos dentro de vuestra memoria,
pequeños puñales que cortan la paz de estas alas
que están tejidas con los dientecitos del plomo".

Nos han dicho: "Estáis a salvo,
ahora solo hay que esperar,
dar vueltas sobre el abismo del tiempo,
olvidar el roce de la carne,
olvidar las costuras de la lluvia,
olvidar el nombre que una vez pronunció Dios".

Nos han dicho que Dios apenas sale de su habitación,
que devora cabecitas de niño y muslos de mujer joven.

Nos han dicho que aquí la espera es larga
y a veces se queda pegada al paladar
y hay que tragar insistentemente una mezcla de piedras
y tormenta
y pomada para la tos.

Nos han dicho: "Habéis llegado a la eternidad y no es lo que parece".
Entonces comienzan a sacar cubos repletos de patatas
y nos ordenan pelar,
hacer collares con la piel oscura.

Nos ordenan no levantarnos jamás.

Nos dicen: "Hay que detenerse a esperar"
"Hay que detenerse a esperar".

No encontramos árboles cerca.
No atisbamos un jardín ni un centro comercial.
Solo tumbas blancas
donde arrojamos las mondas de las patatas
y la promesa de no despegar los labios.

La palabra ha muerto aquí, nos dicen.
Y volvemos a tragar flores mustias de cementerio,
cuchillos con rastros de sangre,
pelos de paja y hiel.

De noche escuchamos los ronquidos de Dios,
también cómo llegan las concubinas para ofrecerle la virginidad de su piel.

"Hay que detenerse a esperar".
"Hay que detenerse a esperar".

Eso nos han grabado bajo la lengua.
En cuanto pasan las vírgenes debemos inclinar el tronco y saludar.
Las vírgenes son mujeres viejas que se depilan el bigote con la cera de las abejas.
Las abejas blancas y sin compasión.

Cuando todo termina vuelve a repetirse el ciclo.
Traen de nuevo los cubos repletos de patatas
y elaboramos collares
y excavamos tumbas de sal.

Ya no recordamos el rostro de Cristo,
¿os dais cuenta?
Pero sus espinas están en nosotras
y pedimos pan y pedimos vino
y pedimos que lleguen los peces para multiplicar este dolor tan blanco que nos ahoga.

Sin embargo no llegan más que otras almas idénticas a las nuestras
que se asoman tras el cristal,
que pelan patatas,
que se tragan el miedo,
que intentan escaparse de noche de los palacios del cielo
mientras Dios, tras el espejo, fornica con la idea de crear a Dios.

Aquí

(Imagen: Ubé)

AQUÍ



Aquí devoramos el corazón de las palomas,

nos dejamos los sesos pegados a la pared

para que Dios los lama con su lengua de nieve.

Aquí nos bautizamos con nombres sencillos

como colilla,

estiércol o camisón roto.

Aquí no tenemos madre,

solo horas colgadas del techo.

Solo telas de araña dócil

donde se enredan los gritos

o ese lamento azul de los barbitúricos.

Aquí no soñamos con el exterior.

No conocemos las manos del fuego.

Solo el hambre y el universo que se encoge.

Solo la carne sucia,

las uñas mordidas,

las kakas pegadas a una idea

que alguien cree revolución.