Cielo, calma, tambor, un ruido silencioso, el amor echando raíz en el diente más tierno de la basura, una bata blanca, un parte meteorológico, las ganas de hacer la guerra con los harapos de mi cuerpo, un telediario, una niña anoréxica, canciones de cuna para los peces muertos, un martes cualquiera, un zapatito de tacón, el alfiler de una novia que se ahoga en la sangre azul de esta lluvia que no llega.
Después vendrás tú, mar, plástico, vaso roto dentro del vientre del whisky.
Después te irás tú, juventud, pájaro con las alas rotas, manicomio, grito desgarrador, noche que tiembla, píldora o cuchillo que atraviesa en recto mi garganta, otoño, mariposa, vuelo, palabra.
Cuando la voz de adentro nos llama y el amor se hace ala de pájaro herido.
Cuando la casa muge y después patea la soledad de sus muertos.
Cuando tú y yo miramos hacia las grietas del cielo y descubrimos músicas bárbaras y mujeres con la cabeza partida en dos.
Cuando el tiempo se acicala frente al espejo del agua y llegan los animales insomnes para plantar en el aire la semilla de Dios.
Cuando la tarde pasa. (Ojos hundidos/ vientre saturado de tormentas / un niño golpeando a la misma hora la intensidad de la luz)
Cuando estoy abrazada al sueño y canto. (Mis ángeles de tres en tres barriendo los rastrojos de mi garganta y una flor trémula que me mira antes de morir)
Tengo la costumbre de consumir el tiempo lejos del propio tiempo.
La noche me hace morder el fruto espeso de mis sábanas.
Hay muertos bajo el colchón enlazando gotas de lluvia
y versos que caen como un helicóptero que ha perdido el rumbo.
Tengo la costumbre de masticar viejas fotografías
mientras una mujer negra
pela cabezas de hombre en un bar
y alguien mueve las caderas de un whisky
y se caen muchachas blancas por la ventana
y llega una moda nueva a manos de niños desnutridos
que trabajan por horas en un taller de Singapur.
Tengo la costumbre de zurcir los agujeros del cielo
mientras escribo poemas como animales
o animales como versos chiquitos
o mujeres golpeadas,
como pájaros que se estrellan
una y otra vez contra el vacío de la luz.
Hay poetas consagrados en lo sucio,
que creen en Dios y amasan la tierra entre sus dedos.
Hay poetas que usan cosméticos para escribir,
que se pintan la baba de azul
y luego arrojan flores sobre sus testículos.
Pero las flores no creen en la poesía de los poetas
y devoran la carne.
Entonces el poeta pierde la inspiración y grita.
Hay poetas que gritan como si fuesen un muelle,
que se hacen pis en el pensamiento de una paloma,
que no saben masturbar las hojas del otoño.
Hay poetas que aspiran a escribir cartas a otros poetas,
a descansar sobre los huesos de los poetas muertos.
(Celan, Rilke, T.S. Eliot,Vallejo, mi primo Paco)
Hay poetas que madrugan dentro de lo oscuro,
que mutilan sus ojos y escriben a ciegas.
Hay poetas que echan en falta
el cuello esbelto de una bragueta,
las canciones de sal que mamá le cantaba al oído.
Hay poetas cuyo delirio se palpa bajo el cristal de su camisa
y entonces aparece una inyección
o un asno
que echa a volar sobre un cielo sin números.
Hay poetas, creánme,
poetas que no son y sin embargo.
Acariciando la cabeza de la noche,
como un león dormido en el desorden de una lágrima,
como una madre sin dientes que excava la tierra donde va morir,
como un cristal que espera en pie la lluvia,
como un guante que añora la desnudez de una mano,
como si todo fuese una mentira dentro de una máquina de coser,
como si los árboles pudieran abrir sus bocas y gritarle a Dios,
como si toda altura estuviera prisionera en el corazón de un dedal,
como si yo fuese océano
o gotita de ginebra
o el pie número 99 de ese gusano oscuro
que arquea su vientre para parir versos bastardos.
Temo el regreso de las flores pálidas
cuando las casas arden
y hay un lugar cercano
donde se reparten trocitos de alma salada y un puñal.
Temo el regreso de Dios a la suciedad de mis vestidos,
sus largas manos alborotando mi cabellera,
su incipiente lengua
desordenando el perfume de mis pezones.
Le temo al tiempo cuando se rompe en la cocina
y la abuela pela el hambre sobre una mesa desértica.
Temo el regreso de las sombras,
la resurrección enfermiza de la luz.
La tierra de mis pezones se derrite al sol.
Hay habitaciones vacías cerca de mi piel,
flores ahogadas en el vodka
y unos ojos que miran
hacia el tiempo que ya ha sido.
Alma,
puñal florecido en la noche,
sexo en llamas,
la nieve intercambiando su ropa interior,
el frío de una palabra,
el tiempo masturbando sus legañas.
Repite conmigo:
Tarde peinando su cabellera de espaldas,
todo el amor de esa hoja que nos escribe,
la cruz,
esa lluvia luminosa,
nada más que una herida,
el duelo de los verbos pasados.
Repite conmigo:
Cadena de árboles apretando tu garganta,
el país de una mujer cuya piel quema.
Repite conmigo:
El destino,
los números impares,
el ataúd de una carta,
esa ventana que lima sus piernas y corre.
Solo el miedo a la luz,
a esa rama del cielo que cae
con sus ángeles muertos.
Es el dolor,
el ruido intermitente del invierno,
las tripas de una carta,
esas piernas sin memoria
que buscan.